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La desidia y las infecciones oportunistas
4 diciembre 2018Quizás sea el momento para intentar revertir el modelo social imperante, en el que la supremacía del individualismo, primo hermano del egoísmo, nos hace mirar hacia otro lado cuando las cosas que pasan ya no consiguen rozarnos la piel, cuando el desánimo ante la corrupción nos lleva hasta la desidia.
Aprovechando esa grieta que ha abierto la desilusión, la desconfianza ante la clase política, hay quien viene infectando las mentes con una serie de discursos panfletarios, de esos que remueven bajos instintos; discursos que proclaman, por ejemplo, que no hace falta toda una legislación en pos de la igualdad, ni una ley contra la violencia de género. “¿Qué es eso de género? ¡Debería llamarse ley contra la violencia doméstica! Así entran todos: el abuelo, el padre, la madre, los niños... ¡Ya está bien de ir contra los hombres!”
Aquel que aboga por una ley inespecífica, aquel que no ha vivido en la piel de una mujer, no quiere ver que desde tiempos inmemoriales a las mujeres se nos menosprecia, se nos humilla, se nos mata. Todos los días. No es una cuestión de violencia común. Quien quiera números que acuda a las autoridades competentes. Los tienen.
Y se llenan la boca diciendo que hay que proteger la vida a toda costa, que es necesario derogar toda norma que regule el derecho al aborto. Es infinitamente mejor obligar a una mujer a tener un bebé para luego arrebatárselo y darlo a alguien.
Mucha protección a la vida, pero es imprescindible complicársela a otros, como a aquellas personas que no sienten igual, que no encajan en el modelo que quieren imponer. Levantad la cabeza y mirad alrededor. Hay una variedad tan rica, tan maravillosa, dentro del género humano, que hace de este mundo un lugar mucho más interesante en el que vivir. Apreciar y aceptar lo distinto nos hace aprender, nos hace evolucionar como seres individuales y como especie.
Han transcurrido siglos de historia hasta lograr un consenso de convivencia en esta península nuestra, un consenso en el que caben todas las diferencias, todos los matices característicos de cada uno de los rincones que aportan la riqueza que conforma el conjunto; siglos que han conducido a una autonomía pacífica y cooperativa de nuestros territorios con el fin de conseguir una gestión más óptima de los recursos y temas que nos conciernen. Pero hay quien desprecia el trabajoso camino recorrido y propone gobernar desde el centro con mano única, con una uniformidad en la que va a ser difícil respetar la idiosincrasia de cada cual, una uniformidad que atenta contra los avances políticos, culturales y sociales que nos han conducido a este complicado pero dialogante siglo XXI. Y en este sentido, todavía hay mucho por recorrer, mucho que conversar y muchos pactos a los que llegar para conseguir una convivencia más óptima entre todos. Hay que echar la vista atrás, sí, pero para continuar hacia adelante procurando no caer en los errores del pasado.
El discurso infectado arremete contra los inmigrantes para favorecer, supuestamente, a los llamados “españoles”. Definamos el término. ¿A cuántas generaciones debemos remontarnos para considerarnos “españoles”? ¿A nuestros padres? ¿A nuestros abuelos? ¿Y si nos vamos a la época de cuando los árabes convivían con nosotros? ¿Podríamos hablar de los celtas o los íberos? Todos ellos han aportado su grano de arena a nuestra civilización. Todos ellos nos han hecho como ahora somos. Muchos de nuestros ancestros han tenido que buscarse la vida en otros países para poder sobrevivir y dar de comer a sus familias. Hemos sido emigrantes como lo son las personas (sí, personas) que por miles acuden a nuestro territorio con tal de encontrar una posibilidad de seguir vivos. Entre otras causas, debido a que nuestros países se han dedicado durante siglos a explotar y robar la riqueza de sus tierras. Estas personas acaban soportando unas condiciones de trabajo en nuestro país que pocos de nosotros seríamos capaces. Y, mientras están aquí, consumen, viven, sueñan, trabajan y, con ello, contribuyen al patrimonio común. Traen con ellos su cultura, sus costumbres y sus prácticas están tan sujetas a la ley como las nuestras. Es una afirmación tendenciosa acusar a los inmigrantes de ser los mayores responsables de la delincuencia del país o de los delitos contra las mujeres. Repito, las autoridades tienen las cifras. Reclamadlas antes de dejaros arrastrar por discursos fáciles.
Una sociedad que lucha contra la desidia, una sociedad que lee, que se informa, que protesta, es una sociedad sana que difícilmente será engañada. No penséis que por no ser mujeres, homosexuales ni inmigrantes, todo esto no os concierne. Todo lo que ocurre en nuestro suelo nos concierne a todos. Todos estamos conectados. Se trata de nuestra convivencia, de nuestra vida. Y para convivir hay que contar con los demás, hay que respetar a los demás, hay que recordar que la solidaridad nos puede hacer falta a todos.
Cuantos más muros levantamos, más encerrados estamos dentro. La libertad es justo lo contrario.
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